Apagas la luz
Duele. Pasar página. Darte por vencido después de tantas tentativas porque esa relación, esa amistad funcionase. Mirarlo por delante y por detrás, darle la vuelta, coger distancia, cambiar la perspectiva, culpabilizarte, buscando las razones en aquel lugar donde no ibas a encontrar nada. Ceder, por octava o novena vez. Y volver a empezar, como en un bucle infinito. Duele. Y da pena. Y ya solo quieres saber en qué momento todo se torció. En qué momento esa relación se marchó a la deriva, perdiéndose entre la marea. E irremediablemente llega ese día. El día en que la gota colma el vaso y se desborda llevándose consigo todo lo vivido, los recuerdos, las experiencias, los abrazos, las lágrimas y los besos eternos. El sonido de su risa, sus expresiones que acababas incorporando a tu vocabulario. Todo. Ya no hay vuelta de hoja. Ya no avisas, no ruegas, no esperas, no corres, no persigues, no miras, no te interesas más, no te detienes. Cierras el libro, apagas la luz, bajas el telón y punto