LA TRANQUILIDAD
Las estaciones son como los aeropuertos, una maraña de pies corriendo, caminando, cargados con bolsas, maletas y todo tipo de bártulos. Todo un caos en parte ordenado.
Hace unos días, en una de esas estaciones, hablaba con un hombre mientras apuraba mi sándwich. Iba cargado con varias bolsas y le hice un hueco en mi banco.
Casualmente cogíamos el mismo autobús y llevábamos el mismo destino. Todo ello le dio pie para empezar a contarme que desde que se había jubilado, vivía en el pueblo con su mujer, en una casa antigua con un gran patio. En parte me dio envidia y recordé con nostalgia aquellos meses durante la pandemia en los que yo me dediqué a estudiar la oposición en mi pueblo.
También me habló de sus hijos, de su único nieto y de que todos las semanas cogía un autobús de vuelta a Madrid para comer con sus amigos de toda la vida, contarse sus aventuras de jubilados y regresaba al pueblo a continuar con su apacible vida.
Me pareció un hombre muy entrañable, sus ojos se iluminaban a lo largo del relato y supo ver que su oyente le prestaba atención así que continuó hasta que el autobús entró en el andén.
Me gusta mucho sentarme con la gente mayor, escuchar sus historias, sus vivencias de tiempos pasados. Supongo que es una forma de aprender, de tomar nota, de guardarlas para el futuro, cuando nos llegue el momento de vivir lo mismo.
Una vez de camino a mi destino, me dio por pensar en todo lo que aquel hombrecillo me había contado, que no era mucho, pero era suficiente como para que esta cabeza tan curiosa llegase a hacerse una idea de lo que hemos venido a hacer en esta vida.
Nos pasamos los días buscando la felicidad, poniendo todo nuestro empeño en hacer cosas, en vivir experiencias, en ir, en venir, en no parar, llenando nuestra existencia de vivencias que nos han vendido como la única forma de alcanzar ese estado de felicidad.
Pero, ¿y si el secreto de la felicidad está en lograr esa tranquilidad, esa paz? No digo que no llenemos nuestra vida de primeras veces, de viajes, de celebraciones, de música, de sexo, de atardeceres.
Este culo inquieto no podría. Pero, ¿y si la felicidad consistiera en disfrutar de la vida y de todos esos momentos, pero partiendo de ese estado natural de tranquilidad?
Quizá, muy en el fondo, mi cuerpo me está gritando que pare, que descanse, que coja fuerza. O qué el trayecto hasta mi pueblo es demasiado largo y hay demasiado tiempo para darle vueltas a todo.
No sé. Un poco de tranquilidad está bien. Pero hay que darle, como diría Jordi Cruz, un poco de rock&roll a esta (única) vida que nos ha tocado vivir.
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