SEPTIEMBRE
Borrón y cuenta nueva.
Un mes que siempre ha significado un comienzo, un año nuevo cálido, con el sabor del verano todavía en la punta de la lengua.
Los días se acortan como una especie de alarma alertándonos del avance de la maldita y a veces querida rutina.
Los atardeceres parecen más intensos exprimiendo sus últimos naranjas sobre el cielo.
Los recuerdos de aquel viaje, las risas en aquella terraza donde solo te preocupaba alargar la historia, enlazando anécdotas, manteniendo el ambiente relajado.
Ese verano donde te volviste una chica pegada a un gorro y un abanico, en el que anduviste distancias inmensas, en que soñaste con gaviotas que se colaban entre las rocas y su sonido aún retumba en la memoria.
Esas semanas en que te impresionaste una vez más de belleza de los paisajes, del verde de las montañas, de azul del mar. En las que pasaste más tiempo en aguas heladas que cálidas, sintiendo como la sangre bombeaba en tu interior, acelerando tu pulso, haciéndote sentir vivo, como solo tú fuiste capaz de provocarlo.
Septiembre. Tiempo de parar, analizar, actuar. Organizar, encontrar, arrancar nuevos proyectos, archivar conversaciones, cancelar planes e ilusionarte con otros.
Apurando los últimos resquicios del verano, añorando las gotas de mar bajando por mi cuerpo y tus manos recorriendo mi espalda.
Recordaré el calor flotando a mi alrededor, pegándose a cada centímetro de mi piel, el frescor de la arena entre los dedos de mis pies al caer la tarde, los brindis durante esa verbena inolvidable, el dolor de piernas por no dejar de saltar durante mi canción favorita, en aquel festival donde perdí la voz y el sentido del ridículo. Y sobretodo, recordaré aquel instante en el que entendí que no importa donde vayas si estás con las personas adecuadas.
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