Cerillas
¿Volver a encontrarnos?
A veces parece tan sencillo, lo sentimos tan cerca, tan próximo. Y a veces está tan lejos, lo notamos a miles de kilómetros.
Ambos sabemos que saltará la chispa, encenderemos la llama y, una vez prendida, se extinguirá y nos volveremos inservibles como simples cerillas que pierden su utilidad una vez que sus extremos se queman.
La tensión del momento se diluirá en el ambiente, nuestras caderas dejarán de moverse al mismo ritmo y bromearemos sobre volver a vernos, a tocarnos, a calentarnos.
Porque en el fondo sabemos que no habrá próxima vez.
Preparada para desnudarme, emocionalmente. O no. Quizá hoy no.
Hoy parece que la herida de la decepción, de la tristeza, de la rabia contenida duele más.
Que su capacidad de monopolizar tu entorno es mayor, ha crecido con el paso de las semanas. Recuerdas que sigues siendo la mala de la película.
Pero tú no olvidas aquel capítulo final, donde todo saltó por los aires. Los buenos modales, la paciencia, el buen rollo. Tú misma.
La tormenta se desató. Imparable.
Te creces, te crees fuerte, cada vez más, capaz de todo, de que su mierda de reacción no te destruya. Y caminas hacia delante, como una bala siguiendo su trayectoria. Y luego el vaso lleno de agua que se desborda y comienza a ahogarte.
Y un día vuelves a hacerte la maldita pregunta. Y sientes la cicatriz quemando tu piel, a punto de doler, susurrándote que tenga paciencia, que las cosas sucederán a su tiempo, que no estoy preparada.
Y en lo más profundo de tu ser sabes que tiene razón, que debo esperar. Esperar a que mi corazón se calme, que las piezas vuelvan a encajar. Esperar para evitar la recaída, el desplome total y absoluto.
¿Nos volveremos a encontrar?
Y entonces sí, me dejaré llevar.
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