La explosión

Caí rendida ante aquel estúpido juego de niños que acabó en beso. Ante tus provocaciones, ante tu manera de mirarme fijamente a los ojos, de descolocarme todas las


piezas de la cabeza y hacer que encajaran de una forma que no pensé que nunca lo hicieran.

Me acuerdo de aquellas conversaciones en las que siempre acababa al borde del acantilado, tanteando si lanzarme al mar o quedarme en tierra firme, si daba el paso, si apagaba el botón de automático.

Acariciaste cada miedo, me acompañaste en cada viaje al pasado, deshiciste aquel nudo cargado de tristeza que se empeñaba en no bajar por mi garganta cada vez que aquella historia cobraba vida en mis labios. Me sentía a salvo.

Ahora entiendo, por fin, que llegaste a mi vida para impulsarme en ese salto, para cortar esa venda con la que me empeñaba en no avanzar.

Ahora comprendo eso que dicen que todo, lo bueno, lo malo, lo repentino, ocurre por alguna razón que en ese instante no alcanzamos a entender.

Y aquí estoy, expectante ante lo que la vida tiene preparado para mí, ante lo desconocido que poco a poco empiezo a vislumbrar, ante el cristal que lentamente va desempañándose, ante este nuevo cuerpo que se está sacudiendo el polvo y la ceniza de aquella explosión que acabó con todo.

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