Inundación

Aquella noche nos sentimos grandes, gigantes por un vez. Sonaba esa canción que cada vez que la escuchas te pone los pelos de punta. La sonrisa no desapareció de tu cara y parecías feliz. Querías olvidar tus problemas por un instante, todas aquellas cosas que te destrozan por dentro, todas aquellas palabras que se quedaron atascadas en tu garganta, todos los sentimientos encontrados en lo más profundo de tu estómago. No querías hablar, ni discutir. Pretendías morderte la lengua hasta sangrar, pretendías contar hasta diez o hasta cien cada vez que miles de palabras quisieran salir disparadas por tu boca con la intención que fuese.
Dimos vueltas y los rizos se quedaron enganchados en los labios rojos. Respirabas entrecortadamente y me agarraste por la cintura. Solo nos mantuvimos allí unos segundos, sin decir nada, disfrutando del silencio cómodo que la noche había creado para nosotros. No era necesario decir nada, todo quedó en la memoria, se podía leer a través de tus ojos.

Aquella noche de verano el reloj volvió a estar a cero, una especie de oleada de buenas sensaciones inundó cada rincón de tu cuerpo. Vivías. Sentías.

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