Secretos

Los secretos.
Todos tenemos secretos.
Propios y ajenos.
Los guardamos dentro de nosotros como una de las cosas más valiosas que poseemos. Pero muchas veces nos devoran por dentro, nos revuelven el estómago, nuestras piernas se aceleran y sentimos la necesidad de compartirlos, de escupirlos, de liberarnos. De los propios y de los ajenos.
Los secretos pueden empoderarnos o debilitarnos. Tener secretos no es malo, pero a veces tampoco es bueno. Lo único que necesitamos es conocer la situación adecuada, el momento perfecto y la persona indicada. Y a veces ni eso es suficiente. Parece que nunca es buen momento para ello. Y en ese instante en el que decides soltarlo, ya te estás arrepintiendo.
Me gusta pensar que los secretos son puntos de confianza que se van sumando al marcador de la otra persona. De tu amigo, tu novia, tu marido. Pero, ¿qué pasa cuando ese secreto pasa a estar en poder de ese tercero? ¿Qué pasa cuando tú mismo ya posees varios secretos de ciertas personas?
No sé si se puede mantener un secreto para siempre aunque es cierto que algunos se los han llevado a la tumba. O eso dicen. Lo que si es cierto es que cuando decides contar un secreto, éste pasa de ser tuyo a ser del otro. Varían. Pasan de ser en ser. Te dejan de pertenecer, y pasan a pertenecer a ese tercero. Un peso menos para ti y un peso más para el otro. Depende cómo cada uno se lo tome.

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