Pum!
A veces corremos demasiado. Demasiado tiempo mirando hacia atrás y cuando te quieres dar cuenta el choque contra el muro es inevitable. Tu alma se hace pedazos, una parte de tu yo más profundo se rompe. Y miras a tu alrededor y no hay nadie que te ayude a recomponer el puzzle.
Tragas saliva, respiras hondo y te levantas. Nadie va a poder contigo. Y chillas de dolor, de rabia, de impotencia. No entiendes nada, no te entiende nadie, no encuentras a nadie. Te quieres marchar y quedarte. Quieres gritar y aguantar ese dolor en el pecho. Piensas en todo lo que has vivido, cómo lo has vivido y quién ha estado ahí para animarte a seguir corriendo, sabiendo que ese muro te esperaba.
Los pasos dados hacia delante sin observar el horizonte, la carrera a ciegas y el bofetón que te hacía señales desde la meta. Incontrolable, decepcionante, despertador. De ese sueño, de esa noche larga. Volver a los inicios a veces es la mejor puesta en marcha. Desentrañar los misterios, buscar en los recovecos, observar los detalles más insignificantes. ¿Por qué no prestaremos más atención a los consejos? ¿Por qué no podemos guardarlos a modo de comodín y utilizarlos a lo largo de nuestra vida? Supongo que son como esos sueños, nítidos nada más despertarte que desaparecen de tu mente según vas a la cocina a desayunar. Y un día, tu cerebro los recupera, de forma inoportuna y tardía la mayor parte de las veces.
Así que sí, se te cae la venda de los ojos y al principio no aguantas vivir en esa realidad y deseas ponértela otra vez, para que todo siga igual. Pero ya no todo es igual. Nunca más lo será. Has visto esa realidad con otros ojos y necesitas replanteártelo todo otra vez. Pulsar el botón de Reinicio y empezar a vivir de nuevo.
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