145 pasajeros, 2 aviones y un gato.
Los nervios se apoderaron de mi cuerpo. Una mezcla de ilusión, miedo y ganas de pasarlo bien. Eran las seis de la tarde de un frío diez de enero. Me disponía a coger un avión y conocer Berlín en plena ola de frío polar atravesando Europa. Sí, así tal cual.
Pero todo no iba a ser tan sencillo. Los prejuicios en torno a todos los problemas que está habiendo causados por el autodenominado Estado Islámico, y la amenaza de atentados, produjo que el avión no saliera a la hora prevista. Todos los cuerpos de seguridad del aeropuerto acudieron a nuestro avión, cancelaron el vuelo y nos trasladaron a un hotel hasta las 4 de la mañana, hora en la que volvía a salir nuestro vuelo. Todo por un aviso fallido de bomba. La cuestión que cenamos gratis, también nuestra pequeña mascota en esta aventura, un pequeño gato de uno de los pasajeros.
Y allí estábamos, a las 4 de la mañana, sin haber dormido absolutamente nada, metidos por segunda vez en un avión. Seis grados bajo cero anuncia el piloto cuando llegamos a Berlín y nos vamos al hotel. Por fin. Un café caliente y a patearnos la ciudad por encima de una capa de nieve, enfundados en gorro, abrigo y guantes. Alguna que otra tormenta de nieve, probando la comida típica como buenos turistas y al hotel, para entrar en calor. Probar sitios nuevos, conocer un experto en la gran ciudad, cenar en condiciones. Y la hora de descansar, por fin, después de un día demasiado intenso.
Dejamos el hotel y las maletas en una taquilla de la estación. A seguir recorriendo la ciudad, lo que nos falta, a ver museos y a montar en tranvía. Una comida de campeones, y a correr para coger un autobús que nos lleve a ver a nuestra amiga, fin fundamental de nuestro ajetreado viaje. Leipzig nos recibe con los brazos abiertos. Noche tranquila y a descansar. Vemos la ciudad de Bach, la nieve de primera hora de la mañana, la fiesta de por la noche y los chupitos gratis.
Vuelta a Berlin después de pagar el viaje en autobús más caro de la historia. Nuevo hotel, ver las últimas cuatro cosas y a dormir algo antes de volver a madrugar para volver a España, a su sol cegador que entra por las ventanillas del avión. Y al frío, el cual parece que nos hemos traído de centro Europa.
Pero todo no iba a ser tan sencillo. Los prejuicios en torno a todos los problemas que está habiendo causados por el autodenominado Estado Islámico, y la amenaza de atentados, produjo que el avión no saliera a la hora prevista. Todos los cuerpos de seguridad del aeropuerto acudieron a nuestro avión, cancelaron el vuelo y nos trasladaron a un hotel hasta las 4 de la mañana, hora en la que volvía a salir nuestro vuelo. Todo por un aviso fallido de bomba. La cuestión que cenamos gratis, también nuestra pequeña mascota en esta aventura, un pequeño gato de uno de los pasajeros.
Y allí estábamos, a las 4 de la mañana, sin haber dormido absolutamente nada, metidos por segunda vez en un avión. Seis grados bajo cero anuncia el piloto cuando llegamos a Berlín y nos vamos al hotel. Por fin. Un café caliente y a patearnos la ciudad por encima de una capa de nieve, enfundados en gorro, abrigo y guantes. Alguna que otra tormenta de nieve, probando la comida típica como buenos turistas y al hotel, para entrar en calor. Probar sitios nuevos, conocer un experto en la gran ciudad, cenar en condiciones. Y la hora de descansar, por fin, después de un día demasiado intenso.
Dejamos el hotel y las maletas en una taquilla de la estación. A seguir recorriendo la ciudad, lo que nos falta, a ver museos y a montar en tranvía. Una comida de campeones, y a correr para coger un autobús que nos lleve a ver a nuestra amiga, fin fundamental de nuestro ajetreado viaje. Leipzig nos recibe con los brazos abiertos. Noche tranquila y a descansar. Vemos la ciudad de Bach, la nieve de primera hora de la mañana, la fiesta de por la noche y los chupitos gratis.
Vuelta a Berlin después de pagar el viaje en autobús más caro de la historia. Nuevo hotel, ver las últimas cuatro cosas y a dormir algo antes de volver a madrugar para volver a España, a su sol cegador que entra por las ventanillas del avión. Y al frío, el cual parece que nos hemos traído de centro Europa.
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