Amistad

"La amistad puede resultar un estado sublime durante la niñez, convertida en vínculo inquebrantable que nada ni nadie podrían llegar a romper, ni ensuciar, ni pisotear, una unión eterna y casi perfecta de los miembros que componen dicha confraternidad. En la inocencia infantil no cabe el hecho de la traición y, en el caso de que legara a suceder, la vileza nunca alcanza la amenaza o la convulsión que se produce cuando se es adulto, porque la deslealtad de un niño no puede ser nunca, por su propia naturaleza, hiriente y conflictiva, sino un despiste, una confusión, un juego mal comprendido o mal aprendido o mal jugado, pero no acostumbra a existir una malicia consciente de perjudicar o dañar al amigo. 

Al nacer y en los primeros años de vida, el hombre es incapaz de valerse por sí mismo, necesita atención constante y protección para no perecer en un mundo adverso a su innata indefensión, y es lógico que crezca envuelto en una egolatría indeliberada obligada por las circunstancias en la que cada cual construye su propio espacio al margen del resto; si una cosa no interesa, se abandona sin más dilación, sin obligación alguna de justificar o explicar nada, lo cual proporciona una especie de independencia del medio al que se entra con la primera adolescencia o la niñez más tardía; es en ese momento cuando empieza a perderse aquel individualismo, esa emancipación subjetiva que se transforma, poco a poco, en multitud de ataduras a la que uno se aferra en su entorno. Con el paso de los años, la edad va grabando en la conciencia los acontecimientos que rodean a cada cual, convertidos en lo que llaman experiencia: lo que sucede, lo que a otros ocurre, lo bueno y lo malo, lo decente y lo indecente, lo blanco y lo negro y lo gris.

Así, las amistades de la niñez y de la adolescencia pueden llegar a sufrir cambios, o quedar desbaratadas en el devenir del tiempo transcurrido para cada uno, o de uno solo con respecto al otro, o disolverse como un azucarillo en el café hirviendo, que a pesar de mantenerse, de permanecer su esencia, ya no puede verse, tan solo saborearse a través del recuerdo, ya no tenerse a mano y nunca recuperarse, aunque quede la sensación dulce de tiempos pasados. 

Y en el caso de que la amistad perdure, si con la madurez se refuerza, será sin duda acarreando el pesado y oscuro lastre que cada uno lleve a sus espaldas: sus vivencias, sus amistades nuevas, otras relaciones contrarias o diferentes, sus problemas redimidos y sus virtudes aumentadas con los años, o con los defectos asimismo ahondados en el pasar de los años. Y es ahí, en esa edad en que la experiencia siempre suma y nunca resta (ya sea la cuenta buen o mala), cuando pueden desplegarse traiciones que laceren la amistad, siempre y cuando el otro haya sido consciente de que ha sido traicionado, porque si no es así, si el traicionado no se entera ni se apercibe de la felonía ocasionada, únicamente quedará dañada la conciencia del que traiciona, del alevoso, del que miente, pero no así del que resulta traicionado o fallado o mentido, y se mantendrá ignaro a cualquier sospecha de la traición del amigo que toca su hombro y le dice estar a su lado a pesar de todo. 

Bien es cierto que en la vida a veces llegan golpes y no sabe ni de dónde ni por qué ni cuál es su origen, ni la razón de tanto dolor sufrido, de tanta mala suerte aparente, y entonces la traición se queda ahí latente, en apariencia invisible a los ojos del traicionado, pero tan evidente a la del traidor que cargará con ella en su conciencia para siempre, como una penitencia mientras dure la amistad, si dura, y si a pesar de todo se mantiene."


'La Sonata del Silencio', Paloma Sánchez-Garnica

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