Llámame rara
Por todos los suspiros que atravesaron la puerta, por todas las huellas que se quedaron a vivir en lo más bajo de mi espalda. Tumbarte y respirar. Por todo lo que tenías, lo que tienes y lo que tendrás. Por lo que echas de menos pero que no necesitas para vivir, por todas las horas del reloj que se pasaron esperando la respuesta indicada.

Las tardes de sábado viendo películas repetidas, donde tu mejor plan es comer Doritos sin parar hasta que tu barriga dice basta ya. Por el pijama idóneo para los domingos y por todas las canciones que no sabes cómo se llaman ni quién las canta, pero que te transportan allí, donde los rayos de sol rebotan en tu ombligo, donde los días son más largos y las noches más frescas. Por las conversaciones hasta las cinco de la mañana entre copa y copa, las carcajadas, los mensajes y las confidencias en agosto.
Suspiras y odias hacer cosas por obligación, como si alguien te dijera que debes hacerlo. Y lo odias, No puedes evitarlo. Es superior a tus fuerzas. Es el problema de las almas libres, que exteriorizan estos sentimientos, no los otros, Supongo. Llámame rara.
Muchos pensamientos, a mil kilómetros por hora. Tantas cosas en tan poco tiempo. Empezar, comenzar, recomenzar, volver a la línea de salida, calentar, coger aire y salir corriendo. Allí donde no sabes ir, allí donde presientes lo bueno, la felicidad, los abrazos sinceros, los codazos con segundas. Un libro por escribir, ese que quizá algún día recomiendes, ese que coge polvo en la estantería y ese que tiene las tapas desgastadas. Ese al que se le incorporan páginas por escribir, huecos en blanco, continuamente. Ese del que puedes arrancar hojas y pasarlas, esperando el momento indicado para releerlas, para que la sonrisa tonta ilumine tu cara, para que el corazón se ponga en marcha.
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