Historia de una graduación.
Ya es tradición que la inspiración me venga los domingos lluviosos. Como agua de mayo a esta cabecita loca. Que me de por contar mis absurdas anécdotas del fin de semana, que mi imaginación se pase de largo, que viva entre la realidad y la ficción, que no me entienda ni yo un lunes por la mañana.
Pero que me gusta correr para coger el primer tren que pasa y poder dormir en mi camita un sábado más, es algo que creo que nunca voy a querer cambiar. El dolor de pies está sobrevalorado.

Más de doce horas desde que empezamos a prepararnos. Más de doce horas de besos, postureo, buenas caras, de aguantar con los tacones, de disfrutar, de echar alguna lagrimilla, de recuerdos... Sí, sobretodo de recuerdos, de sueños, del duro despertar, de darte cuenta que ha llegado ese día que no queríamos que llegase. Ese día en el que (hoy sí que sí) toca pensar qué voy a hacer con mi vida, qué he aprendido durante este tiempo, si mi mente se ha aclarado o si sigue siendo un borrón sin sentido.
Pero dejemos todo ello para mañana. Esa noche tocaba disfrutar, echar un último baile con gente que, muy probablemente será la última vez que veas, brindar por los que han llegado junto a ti, los que no se han separado durante cuatro años, los que aparecieron en los últimos momentos y remontaron puestos como los campeones. Esa noche tocaba reír y dejar los perjuicios al lado. Algunos se pasaron, sin duda. Algunos confundieron lo que significa "pasarlo bien" y nos regalaron otro recuerdo para llenar la caja de los buenos momentos.
Pero me quedo con que desde el día uno, desde ese martes caluroso de septiembre en que pisamos la facultad hasta este último viernes de mayo, no hemos dejado de volar, de soñar. Que despegamos sin saber cómo se volaba, que nos chocamos con todo tipo de edificios, torres, aves que volaban a contracorriente, que tuvimos que esquivar la lluvia, y otros tipos de obstáculos. Aprendimos a subir más alto, a ver que nos faltaba oxígeno, y a bajar, aprendimos a mantenernos en el aire, a flotar y a descubrir cuál era nuestra zona de confort y cuando queríamos salir de ella por un momento.
Y si estos años se han pasado volando, valga la redundancia. Esto solo es el principio del fin.
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