Mordidas de corazón

Fría noche de febrero. Caen pequeños copos que apenas dejan un efímero rastro de nieve en el suelo. Recordó aquella mañana gritando las letras de esas canciones y los trozos sin música completados con sus tonterías, con los saltos en el colchón, con su inmensa sonrisa. Las canciones entre café y café, entre beso y beso. El mando era su micrófono particular

.. free bird ..: Sus manos en su chaqueta vaquera. Llovía. Las gotas sobre los hombros ese día de finales de julio. Refrescaba. Tiraba de la chaqueta, su mano posicionada tras su espalda y de la cintura, hacia su cuerpo. Las caderas chocaban y sus labios viajaban a aquel boquete en el lado izquierdo de su boca. Gruñía, y esos penetrantes ojos verdes se clavaban en sus ojos color coca-cola. Todo o nada. Intensidad, atracción. 
Otra vez esa sonrisa que le daba la vuelta al corazón, otra vez las cinco de la mañana, otra vez la piel de gallina. Y ya no hubo más besos robados, más carcajadas en su oído, más mordidas de corazón. Otra vez el mismo colchón y la misma conversación. Suficiente, supone. Esas palabras que le hacen tan feliz, sumergirse en el ruido de la ciudad, en las melodías que salen de las tiendas y teletransportarse a esa noche, a esa tarde en la cafetería en la que la nata acabó en su nariz y su dedo en su boca.

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