Historias inacabadas
Se me encoge el estómago y los recuerdos se mueven entre mis neuronas a la velocidad de la luz. Una y otra vez. Su sonrisa, esa que hace temblar mis piernas. Tus ojos, chispeantes, acelerando mi ritmo cardíaco. No lo puedo evitar.
Y es que ojalá aquel día hubiera encontrado las palabras precisas para decirte estas cosas que se me pasan por la cabeza. Ojalá te hubiera besado más y con más ganas, ojalá tus dedos se hubieran enredado en mi pelo aquella noche.
Nuestros cuerpos ardían. Con cada roce de las yemas de tus dedos, mi piel se erizaba. Varios escalofríos recorrían mi columna y vivía, como un chute de energía para mi corazón, para mis músculos.
Bailábamos esa canción. ¿Te acuerdas? La banda sonora de mis sueños, en los que siempre apareces tú. Con el pelo sobre la almohada y las lágrimas a punto de brotar de estos ojos. El rímel se disolvía pero no importaba. Yo solo quería dormir y olvidar. Olvidar quién soy, quien era o todo a la vez.
Y otro martes. Las 9 de la mañana. Buenos días mundo. Un día más, un día menos. Repetir en mi cabeza que no te echo de menos, que no te echo de me... O sí. Y continuar con tu rutina diaria de trayectos en tren y de historias inacabadas.
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