Diciembre...

Los bolsillos amplios del abrigo. Juegas con las llaves que guardas para no tener que buscarlas entre las doscientas cosas sin importancia que llevas en el bolso. Nerviosa. Tienes frío, diciembre llegó y en cierto modo te entristece. Odias el frío. Lo sabe hasta el más pintado. No lo aguantas. Lleves lo que lleves siempre se te pondrá la piel de gallina, varios escalofríos diarios recorrerán tu espalda y las manos no entrarán en calor hasta mayo. Y las capas. Todos los días, como una auténtica cebolla. Capas que te quitas y te pones unas mil veces al día.

Y la nariz y las suaves orejitas. Rojas del frío. Deseando llegar a casa para tumbarte en el sofá con tu pijama de invierno y de cubrirte de otras tantas capas, como si no fuera suficiente la calefacción. Las películas del domingo, tu tanque de palomitas y acurrucarte en tu lado preferido del enorme sofá. Sin ganas de nada, incluso sin ganas de ver la película, que te hace emocionarte y que unas lágrimas recorran tus mejillas. Y te sientes estúpida. ¡Si están actuando!, te dices. Pero esos actores que ni siquiera se besan de verdad, ni se aman de verdad, ni se dicen las cosas que te han hecho emocionarte en serio. Esos mismos, son los que te están entreteniendo una tarde de domingo más, una fría tarde del mes de diciembre. Y te preguntas por qué te has emocionado, si tu nunca lloras, si tu te tragas todo hasta que al nudo de la garganta le da la gana bajar. Y llegas a la conclusión de que esa gente a través de la pantalla ha tenido la capacidad de emocionarte en solo un par de minutos, con cuatro frases que al guionista se le han ocurrido, que en otro momento y en otras circunstancias no lo hubieran hecho. Han tenido la capacidad de hacerte llorar, de hacer expresar lo que sientes más, incluso, (o sin el "incluso") que esa gente que te rodea, que cree que no lloras, que no sientes, que no tienes corazón, que no vives.

Entonces te preguntas cuál ha sido el detonante de la llorera por esa estúpida película, qué parte de ésta ha impactado directamente en tu alma y ha hecho brotar esas emociones. Quizá uno se ve reflejado en ellos, cuando te rozan el cuello, cuando cogen su mano fría o cuando sostienen la mirada. Y llegas a apreciar las ventajas que puede tener el invierno, de lo que nos guarda. De lo que derrochamos, de los ojos tapados, de llorar a escondidas, del abrazo violento, de la risa forzada, de las alas al viento. 

Comentarios

Entradas populares