Quieta, hoy quizá sí.

Y las gotas caen sobre el cristal emitiendo un hermoso sonido. La lluvia no cesa y transmite tranquilidad, paz. El asfalto queda mojado y el fantástico olor a humedad se extiende por las calles. El alma se limpia. Respira hondo. Mira a esa esquina y el portal donde se refugiaron aquel día de tormenta. La risa acompaña al sonido de la lluvia creado una hermosa melodía. Un par de gotas recorrían su cara y algunos mechones empapados le caían a ambos lados de esos profundos ojos verdes. Esperaron a que dejara de llover, parecía que nunca iba a parar. Pero no quería que acabase. Ese estrecho portal era suficiente en aquel momento. Se miraron y se decían de todo con la mirada pero como dos idiotas bajo el balcón, como dos cuerpos con un tambor latiendo a un ritmo frenético, como dos individuos sin saber qué hacer. Y dejó de llover. Y cada uno continuó su camino. Alguien se giró pero como si nada aceleró el paso, tenía que llegar a tiempo a casa. No sabía por qué pero algo le decía que sí. Debía preparar la cena y tantísimas otras. Sin embargo, algo interrumpió sus aburridos pensamientos. Y cayó al suelo, con un cuerpo presionando su espalda. Asustado se giró y se encontró de frente con unos ojos grandes que le pedían un beso, una palabra o simplemente congelar ese momento para siempre.
La alarma sonó en el momento más inoportuno o no, quizá solo en el momento indicado. Vuelta a la realidad, a la rutina, a caminar bajo la lluvia sin compartir el paraguas.

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