Durante mucho tiempo estuve rehuyendo de mi esencia. Me avergonzaba mi manera de vivir y de sentir los estímulos que provenían de fuera. Me convertí en una persona estática e incomprendida. Con el paso del tiempo y de las experiencias he mandado a paseo toda esa coraza de hierro que había fundido a mi alrededor para que nada lograra llegar a mí.
En primer lugar me encanta vivir, me parece asombroso pensar que tengo un corazón que está latiendo sin motivo aparente, se nutre de sangre y la bombea con fuerza... Y en segundo lugar porque comprendí que en el fondo los miedos, la alegría, la ilusión, la tristeza, el dolor y cualquier sentimiento mundano existe para vivirlo, para embriagarse y para disfrutarlo, de la manera que sea. ¿De qué sirve entonces permanecer dentro de mi coraza, hasta cuando podría vivir dentro de un caparazón, si no me sentía libre?

Al final todo se resume en ser uno mismo, siempre. En hacer las cosas con amor, con buen talante. Y luego el resultado puede variar y no hay que dejarse inundar por la pesadumbre: si algo no resulta de la manera que teníamos planeada. Hay que vivirlo todo, hay que reírse de uno mismo y mirar hacia delante con una sonrisa. Temporadas bajas y estados carenciales de sentimientos vendrán, por supuesto. Y son también necesarios, sin ellos no podríamos hacer una comparación entre lo que nos agrada y lo que nos disgusta. A pesar de todo siempre será positivo, fallo-error, fallo-acierto, primero por no intentar hacerlo de nuevo y segundo porque te alimentará el alma. Y disfrutarás y llorarás y te emocionarás y te darán ganas de mandarlo todo a paseo. Pero escucha, tú eres tú. Tú estás vivo. Yo estoy viva igual que tú. Hay que celebrarlo. Y aléjate de todo aquello que pueda causarte el mínimo dolor. Si no lo mereces, aléjate. Si lo mereciera, no debería causártelo. Rodéate de toda esa gente que sí lo merece, de todos los que te estimulen tus partes blandas, tus partes duras y te quieran con cada minúsculo átomo de su cuerpo.
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