Perder el norte

Algo había cambiado. Podía sentirse en el ambiente. Las caras no parecían las mismas, las sonrisas eran forzadas, necesitadas de una verdadera razón de alegría. Tres meses. Un verano. Muchas cosas que decir, que contar pero nada. Un silencio. Un pesado e incómodo silencio.

Unos extraños sentados en la misma mesa, bebiendo vino, brindando por los cumpleañeros. Únicamente por ellos. Porque no había nada más que celebrar, ninguna otra razón por la que brindar esa noche.
Todo eran caras tristes, ojos cerrados por el cansancio. Quizá la tensión entre ellos, quizá haber hablado demasiado o demasiado poco. Tal vez las cosas sólo hay que hablarlas. Y parece tal sencillo. Esa misma noche, en esa ridícula cena era el momento adecuado. Pero nadie, ninguno de ellos hizo el esfuerzo.
Y a uno se le pasan tantas cosas por la cabeza. Las risas, las locuras, las fiestas y borracheras, las noches de tranquis en un bar, esas conversaciones que solo nosotros entendíamos. Recuerdos y nada más que recuerdos.
Parece que todo este tiempo se va a quedar en eso, en nada más que recuerdos. Buenos recuerdos, sin duda, de una época que alguno diría recuperable y otros se callarán, dudando si la vida sigue igual, si nosotros no hemos cambiado y por eso todo ha cambiado. La confianza, los secretos, las tonterías. Tal vez el camino que recorríamos juntos se ha dividido y sólo han sido pasajeros de un mismo tren que han llegado a la parada del camino de tu vida. Y por una parte se niega a aceptarlo pero por otra cree existir una forma de arreglarlo, de solucionarlo. No. Cada uno sigue su camino. El tiempo ha pasado y nos hemos desorientado desafortunada o afortunadamente. Hemos perdido el punto de inicio, el punto de partido, el punto en común.
Lo mejor será aceptarlo. O esperar. Y esperar un poco más. Un poco más. Sólo un poco más...

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