Princesa de nadie

Un golpe. Y otro. Una palabra mal sonante. Otra, que finalmente se convierte en un insulto continuado, habitual. Ella se calla, llora en silencio. Como testigo la almohada. Todas las mañanas saca fuerzas de un rincón de su alma, de aquel lugar donde la fantasía de arreglar las cosas aun perdura. Le mira a la cara y baja la cabeza. Su hija pequeña la espera en la cocina. Le lanza una mirada, para disimular, para fingir otra vez, para continuar con esa mentira que reina en su vida.
Al fin se queda sola. Y ese día, después de tantas palabras, tantos puñetazos, tantas noches en vela, tanto aguantar... se da cuenta de su realidad, la que ella misma ha creado, la que ella misma ha alargado sin ninguna explicación.

La esclava de su cama, la que mira y calla, princesa de nadie, princesa sin corona. Recuerda todo lo vivido, cada noche que perdonó que su boca se olvidó de ella y finalmente se da cuenta que lleva toda su vida durmiendo en la cama de un cobarde.
No entiende como pudo seguir su vida, olvidando cada herida, cada golpe, cada desprecio que salía de su boca. Recordando, así, cada beso regalado, obligado.
Sus hijos, sus primeros pasos, su risa y sus primeras palabras. Pero, ¿y su propia risa, su sonora carcajada? Se escapó, se escondió la niña que vivía en ella. Las relaciones con los otros pero él observaba todo de la misma forma, paseando su victoria por la calle del amor y ella vivía, sobrevivía, anhelando callada que aun la deseaba.

Ese día se levantó, cogió el coche, recogió a sus hijos del colegio y condujo lejos, muy lejos. Ni ella misma sabe a donde iba. A un lugar mejor, a un mundo que borrara sus recuerdos, que la permitiera olvidar lo vivido. Todos esos pensamientos atravesaban su mente como pequeñas partículas de luz y se proyectaron en un trozo de papel con las siguientes palabras de autoconvencimiento:


Quiero volver a amar la vida
Respirar mi aire



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